viernes, 26 de junio de 2020

Kintsugi



"Hay una grieta en todo. Así es cómo entra la luz".
Leonard Cohen.

El mapa con fronteras extendidas, leerse en el silencio de las cosas, los días sin zarpazo / sin caricia, el tiempo de unas cuántas horas muertas. Pintura que no cubre el desconcierto, cicatrices muy doradas con las que enfrentar el mundo, unos zapatos ajenos en los que ya nunca te calzas, la circulación con miedo (que una es muy cuadriculada). Dos cuadernos en voz alta, nunca soltar / nunca sostener, las señales y los días señalados, las fotos que sirven de memoria, lo efímero del estado que te late. Los añicos que florecen pensamientoel amor de manera inaceptable, el café frío de otros ratos, lo que no se ve porque ya, sencillamente, no se mira. 

Desencumbrarte,
que ganar es conseguir desandar las cotas.

d.

viernes, 10 de abril de 2020

Porque tú vives en el fondo de mis manos.

Imagen: Alberto Ruiz Yesa.

"Porque tú vives en el fondo de mis manos, 
y yo vivo en el fondo de las tuyas" 
Joan Margarit.

Si la vida dispone de mí antes, escríbele cartas al mar. Habla allí con las mareas de los ojos en las manos, de las manos en las tripas, de las tripas al pensarte. Arroja al agua las caricias que no pudiste cantarme, las palabras que no suavizaron lo que nunca pudimos ser del todo en todas partes durante todos los días, durante todas las noches. Que se deshaga el papel en las profundidades-hogar de los peces que nadan a oscuras con la coordenada única de la supervivencia. Sostenme los párpados cerrados y las palmas abiertas porque este combate hay que ganarlo con la misma calma horizontal que dejan preparada las gaviotas a la luna. Porque tú vives en el fondo de mis manos, y yo vivo en el fondo de las tuyas.
r.

Que quince años no es nada.


El domingo este escondite-refugio cumplió quince años. Programé la fecha con firmeza para volatilizar el centenar de legajos desordenados que hay por aquí escritos y que me dejan un poco al descubierto: a mí, o a mi yo ficticio, quién lo sabrá nunca. De la que fui no queda más que lo esencial: el nombre, y la firme creencia en la importancia del agradecimiento, de la alegría, de la palabra. Unas cuantas ciudades, personas, cotas logradas (y no), mudanzas después, aquí estoy. El mundo lleva casi un mes parado y nuestros indomables yoes se han vuelto pequeños entre las paredes más o menos amplias de las casas que habitamos y quiero / deseo / necesito pensar que empiezan a escucharse. Soy afortunada: tengo todo lo necesario para sobrevivir a esta crisis mundial. Tengo recursos, salud, amor, y tengo claro cuál es mi lugar en el mundo y qué puedo hacer desde él. Así que debería callarme. Menos para decir algo que me ronda incesante la cabeza, por esto que vivimos y por más cosas: la altura moral debe estar por encima de todo. 

Y que por ahora no me voy. Que quince años no es nada.
r.




domingo, 28 de octubre de 2018

El día que no me supe tu nombre.


El día que no me supe tu nombre
con los ojos,
con la voz,
con las manos templaste el aire.
Como harías siempre luego
cuando el mundo y las cosas se
r-e-v-u-e-l-v-e-n
en el vaivén de lo que pasa.

El día que no me supe tu nombre,
tu nombre se hizo en el aquí y en el ahora
de lo que sin duda nos existe:
cielos que se habitan, distancias
que salvas (con no poco sacrificio),
lo que callas,
lo que acallas,
lo que encallas 
en las calles interiores de tu casa.

La puerta abierta.
La vida que espera alerta, atenta.
La lluvia para el sol entre la nieve.

El día aquel que no supe nombrarte
aprendí de nuevo palabras empolvadas:
casualidad,
coincidencia,
el amor a los amigos,
la paz después de tantas guerras.

Tu nombre es paradoja porque
contigo no hay tu nombre.

Insignificante pilar 
que sostiene
barricadas de otras luchas,
que aprieta
corazones en las tripas,
que reza
a-dioses que ni siquiera ha contemplado todavía.

El día que no me supe tu nombre
resultó ser, únicamente,
el principio de todo.


sábado, 29 de septiembre de 2018

Viento del Norte (o crónica nimia de mi etapa cántabra).



Necesitaba decantar para poder decir. Ya llego.

(Por orden de aparición)

Cayón. Noelia, Pepper, Vane y Tamara. Y la casa verde. El Lope. Reinosa. Y otra vez Tamara, y Raúl y la lluvia siempre entre trenes. Ana. Sara. Pili y Santiago y mi suerte. Alberto que para siempre Drú. Nuria que para siempre Nuria, y la casa búnker. Carmen que para siempre Sú, y la sopa y la poesía y los amigos a los que se ama. Begoña y el té en la casa de quiénviveahí. Luisgre y Vicky y el resto. El almacén. El chocolate con picatostes. Hidra y su familia. Chus. Jesús. Los del Pepe. María y su tribu. Los martes de chicas. El calimocho y las ibres en terrazas bajo cero. El Palique y Replicantes. La Casona y sus cosas, también. Fontibre y la primera vez con Bea. Fuentebro. Campóo y las marzas y las ollas. Delia y el miedo más nítido que nunca. Lo que no y los que no, claro. El Montesclaros y los polluelos que luego volarían. La primera cana. Los treinta allí sin él y sin ellos. El suelo de madera que crujía. Las notas en el felpudo con platos de cosas ricas los domingos al llegar. Leyre y sus mimos. Simón y sus ¡no! y sus siestas en mi coche entre badenes que acunaban. Eloy y sus historias interminables mientras todo. Querer quedarme para siempre para, luego, querer irme para siempre. Torre. Y un curso para borrar de la memoria y limpiarse bien bien los zapatos, salvo por Chime, Mónica, Iñaki y Bea y Gema y otros nombres y otros polluelos. Un clínex con un mensaje escondido durante el último claustro. El tango. Buelna. Y luego el María Telo y los muros y los no lazos que se convertirían en hilos libres para siempre. Nuria y todo, Vane y Galicia dentro, Silvia (primaaa), Marta, Sheila y Roma. Y Alicia que para siempre Gopegui. Cóo y el Alquimia. Y los armarios llenos de galletas. La bondad infinita de Rosalía. El paseo por las pistas con Miguel. La confianza en mis opciones de Pilar. La risa de Chelo. Y lo que molan los de mate. Los ojos de Juan, las risas serias con Carmen, Emma y la bruja Lola. Y Carmencita y apadrinauninterinoprimerizocomohicieroncontigo. Y más polluelos que volarían. Las noches sin dormir, los días sin horas, las playas nunca pisadas porque había que estudiárselo todo para conseguirlo de una maldita vez. Y los cientos y miles de kilómetros recorridos siempre de ida y vuelta. Y aquí estoy. Resumiendo desde 2015. Tratando de abarcar aquí que soy un poco cántabra para siempre, que tengo la fuerza del viento del norte y esa bravura que viene del mar. Gracias por hacerme crecer. Gracias por haberme ayudado a que consiguiera volver a casa y, ¡qué coño!, por la puerta grande. 

Vuestra,

Rut.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Para que se pare el miedo.



La ternura de tus manos en las mías, la luz que guiña lo que miro, las amapolas que danzan con la tierra, el parque donde lloro algunas veces. Corazones de manzana que se muerden, cobijo en otros ojos que tampoco cuentan mucho, las ganas de que todo sea distinto, las ganas de que nada cambie nunca. El amor recién hecho en nuestra mesa, pulsómetros que resten intemperies, abrazos con el alma en el abismo, canciones con cerveza que marquen el principio del verano. Que el hogar sea otra cosa que la casa, que "había una vez" no sirva sólo para empezar los cuentos, que las hadas se queden cuando pasen las doce, que los nombres escogidos nos habiten. 

Todo eso necesito 
para que se pare el miedo.

d.

viernes, 6 de julio de 2018

Búm, y jardines para todos.

Búm, y jardines para todos.



Saltan chispas desde el cielo de la casa. Una lluvia de luces de colores inunda el pensamiento de la niña que mira absorta cómo es el mismo mar de todos los veranos. Heridas en las manos por trepar un arco-iris-ado con los pies descalzos. Piteras en las entrañas de explotar -siempre hacia adentro: búm, y jardines para todos-. Su hermana sube. Se sienta a su lado. Gozan en silencio simultáneo con el amor de sangre y fuego(s) que las une. De haber sabido qué iba a ocurrir luego, se habrían abrazado más, piensa la niña. Muchas veces. Todas las veces. Cada vez.

Como cada vez se frota las manos la niña tratando de sentir, ahora, aquellas noches rojas, azules y tierra de doce años, donde todo era mediterráneamente cálido, donde la luz, de tanto ruido, se volvía sorda.

A veces veía dragones.

d.

martes, 26 de junio de 2018

Cuencos de agua con uvas recién cortadas.



Para Dolo.

Se enfrentan, surgen, cortan flores, curten silencios, curan conciencias, lavan heridas muy calladas, limpian fangos de otras veces, honran armas de construcción masiva de familias que son y serán siempre y en todas partes, acaparan tesoros que abrirán, irremediablemente, otros más tarde, se ciernen y aletean, cantan con las yemas en las mejillas, salen hacia, se conocen - y se reconocen -.

Suave es el legado que dejan en la boca, ronco es el de los ojos que no entienden, que no duermen, que no nada(n) porque gritan las ausencias.

¿Es que, acaso, hay, en algún mapa, ausencias que no son prematuras?

Cuentan años, cuentan vidas (cuántas), llevan en volandas hasta arrecifes desde tierra seca, hasta trenes que anuncian sólo viajes de llegada, hasta cuencos de agua con uvas recién cortadas.

Descánsate en la búsqueda. Ya las tienes.
Esas manos, ahora, para siempre, son las tuyas.

d.

domingo, 3 de junio de 2018

"En todos los corazones anida el sentimiento de culpa. La aceptación de esa angustia es el camino doloroso y único que lleva a la fe y a la salvación", S. Kierkegaard.


Para anidar ha de haber nido. La culpa no es cálida, uno no se acurruca en la culpa. La culpa es el pájaro caído del nido y alimentado amorosamente por la mano que acunará primero para después dolerse, quizá, seguro, con gratitud. A lo mejor también con alegría. ¿Por qué un camino en el que creer y que nos salve? ¿En qué? ¿De qué? ¿Para qué un nido del que volar? ¿Para qué un camino si el viaje es a ninguna parte? La culpa siempre. Y el dolor, dolor es. Saber para dolerse. Para no dolerse si nos duelen. Para aprender a coserse al/del dolor que no se irá. Saber para elegir dónde anidar. Ya queda menos. Sostente. Quizá arrimen su hombro al tuyo. Ya no queda casi, ya verás. En todos los corazones anida la culpa. No la acurruques. Vuela.

d.

martes, 8 de mayo de 2018

Agua es una palabra polisémica.





Agua, agua quiero que nace. Mientras, lluvia en los cristales deshaciendo los dolores de otras lluvias. Rocíos usados. Otras veces, para las mismas cosas. Agua, dame agua, pide el aire. Gota a gota, una, sola, en el recuerdo de lo amargo que no sabe. Agua, grita el agua, la cordura. Nieblas que acaparan los compases que dibujan líneas rectas hacia mares-boca, tan familiares que no entiendo. Agua, grita la niña del espejo. Niña. Ta. Ta. Ta. Rá. ¡Agua! Los papeles mojados, las vidas ajenas, la cabeza fría, la casa vacía, las maletas siempre abiertas. Agua que no sacia el miedo. Agua que no limpia. Agua, agua quiero, agua. Las manos de agua para tocar, con delizadeza, nuestro pán-ico de cada día.

d.